El sol brillaba en sus ojos inmóviles.
El hombre lo sacó del agua tomándolo de uno de sus pequeños brazos.
Lo estrechó contra sí para darle calor y empezó a cantarle una nana.
Era sólo un bebé a la deriva.
Lejos de la guerra y del hambre pero ahogado en el inmenso mar de nuestra indiferencia.
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