Cenando en buena compañía, distraída y feliz, unos taquitos de cochinita, de lengua y de otras cosas sanísimas y suculentas, no me di cuenta de la hora y el metro cerró. Nada grave si se es una persona normal, con la brújula en su sitio y bien calibrada. En mi caso esa brújula o no existe u opera de una forma misteriosa que hace que siempre vaya yo al revés de a donde quiero/debo ir. Lo tengo asumido. Así que crucé la calle, haciendo caso omiso de mi brújula loca, y esperé al autobús nocturno. A lo lejos lo vi venir y me dije, qué suerte la mía, ese N2 es el que me lleva justo a la casa.
Hice la parada y me subí orgullosa, había además un asiento libre.
Me senté frente a dos chicos en shorts de piernas re peludas, no demasiado interesantes. Saqué el teléfono y me puse a curiosear los mensajes que tenía. Pasó un tiempo, no mucho, miré por la ventanilla y no reconocí lo que había a mi alrededor. ¡Qué raro! Esto no es la Gran Vía. Me levanté alarmada aunque disimulando. No, no es la Gran Vía. Me bajé. El autobús se alejó y alcancé a ver, aún con mis ojos miopes, que había bajado del autobús N12, no del N2. Observé el terreno, estaba en una rotonda/glorieta, a la que sí reconozco, pero a la que llegan al menos 5 avenidas. Carajo, ¿cuál es la que me lleva a casa?
Leyendo los nombres de las calles - ¿por qué no todas las calles tienen el pinche nombre en la esquina?- encontré la mía.
Y eché a andar hacia casa. Ni un alma por la calle, pero todo sereno. Al fin y al cabo después de tremendo atracón no hace daño caminar. Venía riendo al recordar un meme que había visto, y que suscribo con alegría, que decía algo así como: soy partidario del equilibrio entre el gym y el ñam.
Tras media hora de agradable paseo llegué a casa. Sólo para descubrir que no traía llaves.
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