sábado, 3 de octubre de 2015

Tesoro

Hoy un hijo estrena casa. Vacía cajones y revuelve armarios buscando con ansiedad y minuciosamente el posible tesoro escondido. No sabe que jamás lo va a encontrar. El tesoro que busca se ha ido esta mañana para siempre.

jueves, 25 de junio de 2015

Nuestra amada Guinness

En el cojín verde de cuadritos descansa ella. Con los ojos cerrados, la nariz y todo su cuerpo fríos. Lejos quedó la alegría de tenerla cerca siempre.

Casi ciega y aún sorda ahí estaba pidiendo un premio. Siempre.

Sonreía, sí, ella sabía cómo hacerlo, cuando volvíamos del paseo y pensaba en la latita de comida que se iba a devorar. No importaba que sus patas ya no hicieran demasiado caso, ella volvía siempre alegre a casa para recostarse en su sillón, para acompañarnos e iluminarnos la vida.

Hoy, mientras espero la carroza que la llevará a la eternidad, lloro.

Lloro pensando en lo felices que nos hizo. Lloro sabiendo que ya no estará más. También lloro encabronada porque los perros viven demasiado poco para tanto que nos dan.

Lloro aunque sé que tuvo una vida larga y feliz.

Lloro aunque la muerte se la llevó poquito a poco pero en paz y sin dolor.

Esta aciaga tarde, mientras Trufa me lame los pies, lloro porque el enorme y ajado corazón de nuestra amada Guinness dejó para siempre de latir.

viernes, 17 de abril de 2015

Ladrona de fuegos



Esta noche Eduardo, aunque acaba apenas de llegar, acudirá a una reunioncita. Lo ha invitado Gabo que, con su flor amarilla en el ojal, recuerda que hoy hace un año que llegó también a instalarse. Lo hizo de la mano de una elegante y huesuda señora, que lo dejó ahí, bien lejos de nosotros, aunque muy bien acompañado: días antes, y sin tocarse el corazón que no tiene, se había llevado también a Juan Gelman y a José Emilio Pacheco. 

Menuda señora ésta. Será muy elegante y todo lo que quieran pero es una vieja cabrona; una infame ladrona que nos roba los fuegos y nos va dejando, poco a poco y sin pausa, en la total oscuridad. 

viernes, 13 de marzo de 2015

Los toros alados de Nínive



Ilustración y texto publicados en Boreal

Dos toros alados surcaban el cielo, observaron el mundo desde aquellas alturas y decidieron posarse para siempre en las puertas de un palacio. Eran dioses hermosos, de cuerpo rotundo y poderosas alas. Sus elegantes rostros eran humanos, de hombres sabios de larguísimas barbas.

Escoltando ese palacio vieron pasar el tiempo, hieráticos y bellos, con la paciente calma de sus enormes cuerpos de piedra.

Durante miles de años llenaron de belleza y gloria la ciudad de Nínive. Primero fueron adorados por los moradores de la ciudad. Los protegieron bajo sus alas, cobijados por su enormidad y su fe. Tiempo después fueron memoria labrada de aquel tiempo remoto.

No volaron más, no había hecho falta nunca. Hasta hace unos días en los que la desgracia los sorprendió tocando con fiereza las puertas del palacio. Y entonces sí volaron. Lo hicieron en mil pedazos, sucumbiendo ante el terrorífico poder de martillos y taladros en manos de una fanática, ciega y enardecida cuadrilla. A golpe y porrazo dejaron su gloria, su memoria y los rastros de aquél tiempo lejanísimo, reducidos a polvo.

Nos dejaron en su lugar solo silencio y un profundo e irreparable dolor, aquí, en el mero centro de las raíces de la humanidad.

Lola Zavala.

martes, 20 de enero de 2015

Reencarnación


Hay quien cree que la reencarnación es posible. Que se puede ser a veces un príncipe, otras un mendigo. Que se puede ser mujer en algún siglo y renacer como hombre unos años más tarde. O como cucaracha, o como cisne. O quizá renacer en hormiga o en cigarra. 
A veces nos llega una prueba divertida (casi casi irrefutable) de aquellas creencias: Circula en twitter esta foto. En ella se ve a Albert Einstein acompañado de Mileva Marić, la mujer que fue su esposa durante 15 años. Todo parece indicar que la señora Marić, después de morir en 1948, reencarnó en Andrés Manuel López Obrador en 1953.